viernes, 22 de julio de 2011

Canto de gozo




Al cristiano le es concedido el gozo de reunir rayos de luz eterna del trono de la gloria, y de reflejarlos no solamente en su propio sendero, sino sobre la senda de las personas con quienes se asocia. Al hablar palabras de esperanza y aliento, de alabanza agradecida y de bondad alegre, puede esforzarse por hacer mejores a quienes lo rodean, por elevarlos, por mostrarles el cielo y la gloria por encima de todas las cosas terrenales, por guiarlos en la búsqueda de las realidades eternas, la herencia inmortal y las riquezas imperecederas.

"Regocijaos en el Señor siempre dice el apóstol Otra vez digo: ¡Regocijaos!" Dondequiera que vayamos, deberíamos llevar una atmósfera de esperanza y alegría cristianas; entonces los que se encuentran sin Cristo verán un atractivo en la religión que profesamos; los no creyentes observarán la consistencia de nuestra fe. Necesitamos tener una visión más clara del cielo, la tierra donde todo es gloria y felicidad. Necesitamos conocer más acerca de la plenitud de la bendita esperanza. Si constantemente nos estamos "regocijando en la esperanza", seremos capaces de hablar palabras de estímulo a las personas con quienes nos encontramos. "La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!" (Proverbios 15:23). Las almas perecen debido a la falta de una labor personal (Exaltad a Jesús, p. 238).

"Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!" ¡Oh, si pudiéramos escuchar más alabanzas a Dios procedentes de corazones agradecidos! Necesitamos cristianos que vivan constantemente a plena luz del sol, y que en toda circunstancia alaben al Señor. Con toda la esperanza y la seguridad que hallamos en las promesas de Cristo, ¿cómo podemos ser infelices?

No hay excusa ni justificación para que el cristiano esté descontento. Nunca causen la impresión de que están desilusionados con la senda que Cristo les ha trazado.

Nuestros caracteres deben concordar con la imagen de Cristo. Debemos someternos a la ley de Dios en hechos y en verdad. Entonces podrá demostrar por medio de nosotros las bendiciones que se reciben cuando se obedecen los principios de su Palabra. El Rey del cielo está dispuesto a reconocer al alma más humilde que le sirve aquí (Cada día con Dios, p. 304).

Orad, orad fervientemente y sin cesar, pero no os olvidéis de alabar a Dios. Incumbe a todo hijo de Dios vindicar su carácter. Podéis ensalzar a Jehová; podéis mostrar el poder de la gracia sostenedora. Hay multitudes que no aprecian el gran amor de Dios ni la compasión divina de Jesús. Miles consideran con desdén la gracia sin par manifestada en el plan de redención. Todos los que participan de esa gran salvación no son inocentes al respecto. No cultivan corazones agradecidos. Pero el plan de la redención es un tema que los ángeles desean escudriñar; será la ciencia y el canto de los redimidos a través de las edades sin fin de la eternidad. ¿No es digno de reflexión y estudio cuidadoso ahora? ¿No alabaremos a Dios con corazón, alma y voz por sus "maravillas para con los hijos de los hombres" (Salmo 107:8)? (Recibiréis poder, p. 336). En esta vida seremos tentados y probados. Los amigos pueden traicionarnos y los enemigos, inspirados por Satanás, pueden causarnos dolor. Pero volvámonos al Todopoderoso para recibir fortaleza. Encontraremos consuelo y tierna simpatía.

Cristo se interpone entre nosotros y las dificultades que parecen formidables. Las llamas y la inundación quedan detrás de él. Exaltémoslo con nuestra voz y nuestro canto y permitamos que la melodía de nuestra gratitud y adoración se eleven al cielo en una vida de servicio. Mantengámonos animados, llenos de fe, esperanza y valor. Elías estaba sujeto a las mismas pasiones que nosotros, pero el Señor era su fortaleza; oraba con fervor y el Señor escuchaba sus súplicas. Mantengamos nuestra confianza en Cristo bajo cualquier circunstancia. Permitamos que él sea el primero, el último y el mejor en todas las cosas. Eduquemos nuestra lengua para alabarlo y exaltarlo no solamente cuando nos sintamos gozosos y alegres, sino en todo momento (The Youth 's Instructor, 10 de enero, 1901).

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