Nuestro Pan Diario
11/082012
Ojos para ver
LEA: Josué 3:1-11
Extendí mis manos a ti, mi
alma a ti como la tierra sedienta. —Salmo 143:6
Mi primera visión de la
tierra prometida desde los montes de Moab fue decepcionante. «¿Ha cambiado
mucho desde que los israelitas estuvieron aquí?», le pregunté a la guía
mientras mirábamos hacia Jericó. Esperaba que el contraste fuera notorio en
comparación con el lado oriental del Jordán. «No —respondió—. Se ha mantenido
igual durante miles de años».
Así que, reformulé la
pregunta: «¿Qué vieron los israelitas cuando llegaron aquí?». «El mayor oasis
de toda la superficie de la tierra», contestó ella.
Entonces, comprendí. Yo
había atravesado el estéril desierto en un autobús de lujo, con aire
acondicionado y botellas de agua helada. Para mí, un oasis no era nada
espectacular. Los israelitas habían pasado años vagando por un desierto seco y
caluroso. Para ellos, el extenso e irregular terreno de color verde pálido en
la brumosa lejanía era sinónimo de agua fresca y vivificadora. Ellos estaban
muertos de sed; yo, fresquito. Ellos estaban exhaustos; yo, descansado. A ellos
les había llevado 40 años llegar allí; a mí, 4 horas.
Al igual que un oasis, la
bondad de Dios se encuentra en los sitios áridos y difíciles. Me pregunto:
¿cuántas veces no alcanzamos a percibir su bondad porque nuestros sentidos
espirituales han sido adormecidos por las comodidades? A veces, las dádivas del
Señor se ven con más claridad cuando estamos cansados y sedientos. Quiera Dios
que siempre tengamos sed de Él (Salmo 143:6). JAL.
Jesús es la única fuente
que puede satisfacer la sed del alma.
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