Meditación diaria
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10 de agosto de 2012
Las dificultades que enfrentamos se originan de alguna de las tres
fuentes posibles. Unas son enviadas por Dios para probar nuestra fe, otras son
el resultado de los ataques de Satanás y otras se deben a nuestras decisiones
pecaminosas.
Al considerar estas tres causas, creo que la mayoría de nosotros diría
que la más difícil de soportar es la última, porque no tenemos a nadie a quien
culpar sino a nosotros mismos y porque nos parece que nada bueno aportarán.
Después de todo, la Biblia dice que cosecharemos lo que hemos sembrado (Gá
6.7), una cosecha dolorosa.
Lo que esta manera de pensar no tiene en cuenta, es la capacidad
redentora del Señor. Aunque Él nunca promete eliminar las consecuencias del
pecado, sí puede usar nuestros fracasos para enseñarnos su temor, aborrecer el
mal y caminar en obediencia. Las lecciones difíciles que aprendemos pueden
también convertirse en nuestra protección contra el pecado en el futuro. Al
haber experimentado el dolor producido por nuestras decisiones, somos más
propensos a no tomar el mismo camino otra vez.
Las flechas de aflicción que Dios dispara son agudas y dolorosas, para
que podamos prestarle atención. Él no impedirá que sus hijos dejen de ser
castigados por su pecado, porque sabe que éste nos roba bendiciones,
oportunidades y también la oportunidad de mejorar nuestro carácter.
Por más dolorosa que pueda ser su situación, dé gracias al Padre
celestial por amarle lo suficiente enviándole su disciplina. Cuando aprendemos
de la experiencia, las cicatrices del ?r.
Fuente> EnContacto.
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