November 20, 1983 by John Piper
Romanos 1:16-23
Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. 17 Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
18 Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; 19 porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. 20 Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. 21 Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. 22 Profesando ser sabios, se hicieron necios, 23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Romanos 1:18-23 describe lo que es universalmente cierto de todas las personas que no se han sometido al poder del evangelio. Ellas han apreciado la verdad acerca de Dios desde la creación, pero sus inclinaciones naturales van tan fuertemente en contra de esta verdad, que la ocultan (v.18). Las personas que aman el pecado odian la luz y no vendrán a la luz a menos que sus obras deban ser expuestas (Juan 3:20). Pero la luz de la verdad de Dios sigue resplandeciendo en el evangelio de Jesucristo (2 Corintios 4: 4-6); y resplandece, para aquellos fuera del evangelio, en la obra de la creación.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría” (Salmos 19: 1-2). “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1: 20).
Para aquellos que, mediante la gracia de Dios, aman la verdad y no quieren ocultarla, la creación se vuelve un deslumbrante libro de lecciones en teología. La creación enseña que existe una deidad, un Ser infinitamente maravilloso, que hizo el mundo. Enseña que este Ser es eterno y que tiene un estupendo poder. El mundo en su estructura molecular, visible y galáctica; y en su orden, lleva la marca de un Arquitecto. Y sí él es el Arquitecto de todo lo que existe, no fue creado por nadie y es eterno. Un eternamente poderoso e infinitamente maravilloso Creador de todas las cosas, se hace evidente en el libro de lecciones que es la creación. Pero eso no es todo lo que podemos leer en este libro.
Si existe un Dios todopoderoso e infinitamente glorioso que creó todas las cosas. Entonces yo también, soy su criatura. Y todo lo que tengo es de él. ¿Quién a no ser el Creador, da a los hombres vida, aliento, y todas las cosas (Hechos 17: 25)? Parándome ante la irresistible lógica del libro de lecciones que es la creación, tengo que admitir que todo es un regalo. Es inconcebible que el Creador algún día tenga que deberme algo. ¿Pues cuando podría darle un regalo por el que deba ser recompensado? “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Romanos 11: 35-36). Yo no soy mío, le pertenezco a mi Creador. Mi existencia se debe a él, y por tanto mi existencia tiene que ser para él.
¿Pero que le puedo dar yo a mi Creador? Si él tuviere hambre no me lo diría, porque el mundo y todo lo que hay en él, es suyo. Las aves del aire, los gusanos en el campo, el ganado en los miles de montes, pertenecen a él (Salmos 50: 10-12). Todo lo que existe es de Dios. No puedo mejorar a Dios. No puedo enriquecer ni adicionarle algo a Dios. Siempre seré, completa e ineludiblemente, el recipiente. No “es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo” (Hechos 17:25). ¿Cómo, pues, viviré para él? ¿Cómo le agradaré?
La respuesta a esta pregunta, también está escrita en el libro de lecciones que es la creación reflejada en nuestra propia conciencia. ¡Debo estarle agradecido a él! Sino puedo añadirle algo a su gloria, entonces debo honrar su gloria. Si existe un Dios eternamente poderoso e infinitamente maravilloso que creó todo lo que existe, entonces existe solamente un destino justo para sus criaturas -vivir para la alabanza de su gloria… unirnos a nuestro Creador en su propósito de hacer que su poder y gloria sean conocidos y amados entre las naciones. ¿Cómo honrará una mera criatura la gloria de su Creador? Todos conocemos la respuesta a esa pregunta: Honramos su gloria queriéndola y estando agradecidos. “El que sacrifica alabanza me honrará” (Salmos 50: 23).
La gratitud honra a Dios. La gratitud es el eco de la gracia cuando repercute a través de los recovecos del corazón humano. Gratitud es aceptar un regalo gratuito sin sentir vergüenza y declarar de todo corazón que lo que queremos no lo podemos comprar. Por tanto la gratitud glorifica a la gracia gratuita de Dios y representa la humildad de un necesitado y receptivo corazón.
Es realmente asombroso cuánto podemos conocer acerca de Dios y nuestro deber, al solo ponderar honestamente la lección del libro de la creación: que existe un Ser infinitamente maravilloso quien hizo todas las cosas, tiene un poder eterno, a quien debemos la vida, el aliento y todo lo demás; a quien, por tanto, debemos glorificar y agradecer desde el fondo de nuestros corazones día y noche. Ninguno que comprenda la realidad en que vive necesita la Biblia para saber que debe glorificar y dar gracias a Dios. Está escrito en el cielo y en el corazón humano –sin embargo, nadie obedece.
“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias” (Romanos1:21). “...por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). “Profesando ser sabios, se hicieron necios, 23y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de… (Romanos 1: 22-23).
Lo que Pablo quiere decir en (Romanos 3:23) con ‘todos los hombres están destituidos de la gloria de Dios’, está explicado en Romanos 1:23 -todos cambiaron la gloria de Dios por imágenes. Así que el significado del pecado está claro: el pecado es tomar el diamante que es la gloria de Dios, llevarlo a la casa de empeños del orgullo, y empeñarlo por el mármol quebrado de la autosuficiencia. Note el versículo 22: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, 23y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de…” Toda la creación da testimonio de que somos las criaturas de un Creador eternamente poderoso e infinitamente glorioso, y que debemos querer su gloria por encima de todas las cosas, que debemos agradecerle de todo corazón día y noche. Pero por alguna misteriosa razón el corazón humano repudia esa verdad y la oculta (v.18), o como dice el versículo 25, nosotros cambiamos la verdad acerca de Dios por una mentira. ¿Por qué? Porque queremos que piensen que somos sabios. “Profesando ser sabios […] cambiaron la gloria de Dios.”
La razón por la que el corazón humano repudia la verdad que enseña la creación, es que ésta es demasiado humilde. Desde el profundo mar hasta el brillante cielo, la creación grita que Diostiene poder eterno, que Dios es un Ser infinitamente maravilloso, que Dioses el Creador de todo lo que existe, y que somos totalmente dependientes de su absoluta libertad de decisiones para crear y sostener nuestra vida o no. Y, por lo tanto, debemos glorificarle a él y no a nosotros, y darle las gracias a él y no tomarnos el crédito para nosotros. ‘Pero las personas orgullosas no agradecen’ La gratitud es el eco de la gracia cuando repercute a través de los recovecos del corazón humano. Pero las personas orgullosas no necesitan la gracia. No creen que sus corazones estén vacíos sin Dios. ¡Están llenos de sabiduría! Y, “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de....” Las personas orgullosas no agradecen. Con los labios apretados toman el diamante, que es la gloria de Dios, entran a la casa de empeños del orgullo, y lo empeñan a cambio del mármol quebrado de la autosuficiencia. Después se llevan este pequeño ídolo a casa, lo ponen en el manto de sus mentes, y se postran ante él en cientos de formas diferentes cada día. “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos [...] Profesando ser sabios...”. Las personas orgullosas no dan las gracias.
Ahora bien, aquí debemos evitar señalar con el dedo en vano, como si Madalyn Murray O’Hair, o Hugo Heggner, o alguna tribupagana fueran los únicos acusados en este caso. Nosotros, que conocemos bien a Dios, también estamos señalados en este texto. Hay una prueba que usualmente uso para humillarme a mí mismo frente al Señor. Se la recomiendo. Considere la espontaneidad y la intensidad de la ira, cuando alguien levanta falso testimonio contra usted, o interrumpe su concentración, o se cuela delante de usted en la tienda de comestibles Country Club; compare esas emociones con la intensidad y la espontaneidad de la indignación cuando alguien levanta una calumnia acerca de Dios, y cuando sus mandamientos son quebrantados y las personas se ponen por delante de él. O considere la emoción sincera que experimenta cuando consigue un ascenso, o una inesperada ventaja fiscal, o un reconocimiento de su superior; y compare esta sincera emoción con la sinceridad y la intensidad de la emoción que siente cuando contempla el carácter de Cristo y la gloria de Dios. Un momento de reflexión nos humillará, virtualmente, a todos. Nuestros corazones están vivos, son rápidos, son sensibles, son receptivos y están llenos de emociones hacia las cosas que conciernen a nuestros placeres materiales y nuestro ego. Pero Oh, ¡cuan lentos y que aburridos y que indiferentes y que lacónicos somos intelectualmente hacia la realidad de Dios! Por tanto, no señalemos con nuestro dedo a otros que empeñan la gloria de Dios a cambio del mármol quebrado de la autosuficiencia. Existe suficiente evidencia en nuestra propia vida emocional, para probar que nosotros también, hemos apenas comenzando a inclinar, nuestros sentimientos hacia el diamante de la gloria de Dios.
Tenemos una profunda necesidad de contribución y arrepentimiento. La razón por la que recalco esto en el domingo que precede a una de las vacaciones más felices del año, es porque quiero que el jueves1 experimenten la mayor cantidad de gozo, proveniente de corazones con profunda gratitud. Las personas orgullosas no agradecen, y nosotros padecemos profundamente de orgullo. Si no comenzamos nuestra Festividad con un arrepentimiento, simplemente nos estaremos uniendo al mundo en el irónico ejercicio de la Festividad tratando de mostrar un genuino sentimiento de gratitud a cambio del quebrado mármol de la autosuficiencia.
Sé que pudiera unirme al popular coro de escritores y predicadores que constantemente nos dicen cuan hermosos somos. Pudiera pulirle su mármol. Pudiera ponerlo en un lugar seguro, detrás de las caricaturas de calvinísticos predicadores que apalean el pecado y niegan el gozo. Yo pudiera ponerlo bajo el foco de un eslogan como, ‘Si va a ser, depende de mi.’ Y quizás unos pocos de ustedes, cuyo conocimiento de la Biblia y de su propio corazón es poco profundo, dirían, ‘Ah, dulces palabras. Oigan como ama a su pueblo, los hace sentir enteros en lugar de rotos.’ Pero Dios me reprendería con las palabras de Jeremías 6:14, “Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz.”.
Es como si yo fuera un médico y usted viniera a mí con una profunda herida en la planta de su pie, ocasionada por un trozo de vidrio que se hallaba escondido en el fango. Sus amigos están de pie y observan como, cuidadosamente, limpio con un algodón la piel alrededor de la herida, y la saturo. Ellos se maravillan de lo compasivo que parezco y de lo tiernamente que manipulo el área sensible, y de lo expertamente que realizo la sutura, y de lo bien que se encuentra la piel. Pero mi médico jefe, muy ecuánime, se aproxima después y dice, ‘Tienes una buena actitud ante el paciente, Piper; hiciste una sutura; creo que se fueron felices, pero el fondo de esa herida estaba llena de fango cuando la cerraste. Y para el Día de Acción de Gracias ese pié va a estar infectado’. ‘Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: ‘Paz, paz,’ cuando lo que hay es orgullo, orgullo’ Raspen el fango para sacarlo de la herida. Es posible que hoy duela, pero para el jueves saltarán como los corderos del establo.
Mi deseo para ustedes es que su gratitud hacia Dios, este agradecimiento, sea muy profundo, muy auténtico y muy alegre. La razón por la que esto puede ser posible es que Dios da gracia a las personas que odian su orgullo y que están quebrantadas debido a su pecado. David saboreó esta gracia y dijo, “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado, no despreciaras tú, Oh Dios” (Salmos 51:17). Y Dios mismo da testimonio de su gracia con palabras similares en Isaías 57: 15, “Yo habito en la altura y en la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.”
Para el verdadero hijo de Dios el repetido descubrimiento de su propio pecado trae consigo un dolor piadoso que produce arrepentimiento, lleva a la salvación y no deja remordimiento (2 Corintios 7: 10). No soy capaz de comprender a las personas que dicen que no debemos abogar por la contrición y la pobreza de espíritu de aquellos cuyos pecados han sido perdonados y están siendo renovados en el Cristo que mora en su interior. Es precisamente porque Cristo me ama tanto que la frialdad de mi celo en la oración, en la meditación, en la adoración y en el testimonio, me aflige tan profundamente. ¿Acaso debemos tomar el desgano de nuestra devoción a la ligera porque él es tan amable? ¿Nunca le han hecho llorar de remordimiento, precisamente porque le han perdonado?
Le ruego a Dios que exista un gran agradecimiento de corazón, hacia Dios, en cada uno de sus hogares esta semana. Le pido que algunos de ustedes se encuentren a sí mismos cantándoles al Señor, que algunos de ustedes escriban una oración de alabanza en su diario, que algunos compongan poemas de agradecimiento, que algunos hagan una larga lista de bendiciones, que algunos pasen un tiempo especial a solas con Cristo y que algunos le digan a su esposa, esposo, o amigo, “Le doy gracias a Dios por tenerte a ti.”
Pero las personas orgullosas no agradecen. Y así, he presentado delante de ustedes, tres verdades muy humildes para mejorar su agradecimiento. La primera verdad: La naturaleza nos enseña que un Ser infinitamente maravilloso y eternamente poderoso nos creó a y a todo lo que tenemos. Por tanto, somos sus criaturas. Él es nuestro dueño. Nuestra vida, nuestro aliento, y todo lo que tenemos es un regalo. Nuestro deber es, simplemente, estarle agradecidos de corazón y apreciar profundamente su gloria. La segunda humilde verdad es que todos estamos lejos de cumplir este deber. No hemos apreciado consistentemente el diamante de la gloria de Dios con un afecto que llegue siquiera cerca de su valor real, sino que lo hemos cambiado una y otra vez por mármoles quebrados, que en nuestra gran ‘sabiduría’ hemos determinado como más valiosos. La tercera humilde verdad es que Dios, en su gran misericordia, envió a su hijo a sufrir el juicio de los que están quebrantados y contritos en espíritu y confían en él.
Las personas orgullosas no agradecen. Pero los que creen estas tres verdades, lo hacen desde lo profundo de sus corazones. La verdad de que somos criaturas totalmente dependientes, la verdad de que somos pecadores depravados y la verdad de que estamos redimidos y completamente perdonados a través de la fe contrita. Si estas tres verdades penetran a su corazón esta mañana, le vaciaran de orgullo y llenaran con agradecimiento hacia Dios.
1 El mensaje es predicado el 20 de Noviembre de 1983 (Víspera del día Acción de Gracias de ese año, a celebrarse el jueves 24).
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